Se va con él una causa, un sueño, una lucha, una entrega.
Se va con él las gracias de tantos pacientes que ayudó, que lograron su tratamiento o sus medicamentos gracias a él, a su gestión, a su trabajo.
Se van con él los amigos de lucha, los conocimientos adquiridos, los esfuerzos enormes, el sacrificio y la frustración de las cientos de veces que se cerraron las puertas cuando se quiso hacer más y las voluntades no lo permitieron.
Cuando un líder se va, se va con él ese sueño de que ningún paciente sufra tanto por causa de un mal servicio o de un incumplimiento que arremete contra su derecho.
Se va con él los anhelos de cambio, los logros obtenidos, los recuerdos de tantas vidas salvadas.
La satisfacción de haber hecho lo mejor por alguien, alguien que no es nuestra familia, ni nuestro amigo cercano. Simplemente, alguien que nos conoció y que nos mostró que somos iguales, que nuestra fragilidad nos une. Que sin pensar ni el cómo ni cuándo, le salvamos la vida.
Cuando un líder se va, queda un legado.
Quedan los que fueron ayudados en un momento y se enamoraron de la causa.
Quedan los amigos que se hicieron en medio de la lucha y con los cuales ese legado puede sobrevivir.
Los que quedan son los únicos que pueden evitar que un legado tan grande o una causa tan noble, muera.
Nuestra misión como líderes es dar luz a otros para que nuestra luz no se apague cuando sea el momento de despedirnos.
Cuando un líder se va, nos deja la certeza que sí se puede pensar en el bien colectivo y no únicamente en el beneficio individual.
Nos deja la certeza que si hay personas con ideales que luchan por el bien de todos, que dan su tiempo y vida, por otros.
Que la riqueza no está en cuánto tenemos, sino en cuánto hicimos, en cuántas personas nos recuerdan con gratitud, con respeto, con admiración.
Cuando un líder se va, nos deja en el alma la necesidad de ser inolvidables para siempre.
De cuidar y atesorar lo que con tanto amor y esfuerzo iniciamos.
Lo que sólo nosotros como líderes defendemos con convicción e ilusión.
Los que quedan deben hacer brillar esa luz con más intensidad y pasión para que otras generaciones se cautiven y no dejen apagar esa luz que representa la realización de un gran sueño, un sueño que beneficia a millones.
Un líder lleva luz a donde hay oscuridad.
A todos los líderes que hoy parten a causa del COVID y que luchan hasta el último minuto por salvar sus vidas.
Que esa luz nunca se apague, que ese legado trascienda por muchas generaciones más.
Los líderes de pacientes tenemos un pedazo del cielo ganado después de haber ayudado a tantas vidas en la tierra.
Al señor Marco Aurelio Martínez Peña, que hoy nos deja un vacío muy grande con su partida, también nos deja una responsabilidad de hacer de la Veeduría Renal una institución inolvidable.
Mis afectos para los inolvidables como él y para los que genuinamente tenemos una causa que nos hizo líderes.
A las más de 3.600 almas que lucharom contra el COVID para salvar sus vidas en Colombia; paz a sus almas y a los hogares que hoy dejan.
Érika Montañez
Fundadora y Directora
Fundación Voces Diabetes Colombia.